Muchas personas, entre ellas Nicholson Baker en The New Yorker hace unos años, se han manifestado en contra de los libros electrónicos. Baker menospreciaba el Kindle de Amazon calificándolo como “el Bowflex de los libros: algo caro que nos obliga a hacer más de lo que sea que pensemos que deberíamos estar haciendo”.
Sin embargo, el mejor argumento a favor de los libros electrónicos lo encontré hace poco en una página de The New York Review of Books. El novelista Tim Parks proponía que los libros electrónicos ofreciesen “un compromiso más austero y directo con las palabras”. Su persuasiva conclusión era: “Este es un medio para personas mayores”.
He estado tratando de hacerme más adulto en cuanto a mi compromiso con la lectura en las distintas plataformas, desde los teléfonos inteligentes hasta los lectores electrónicos, pasando por las tabletas y los ordenadores portátiles.
Ha llegado la hora de empezar a pensar en los mejores usos literarios para estos dispositivos. ¿Hay materiales más apropiados para una plataforma que otra? ¿Se siente Philip Larkin más cómodo en un iPad y Lorrie Moore en un Kindle? ¿Puedo hacer que un poema de Kay Ryan sea mi tono de llamada? ¿Habrá algún aparato que consiga que El manantial resulte agradable?
El teléfono inteligente ha sido el último gran regalo de la tecnología a la alfabetización
Antes, los libros se amontonaban en mi mesilla de noche; ahora lo hacen los artilugios, con la iluminación en estado de reposo de sus luces led mirándome como perros hambrientos. Hablemos de estas máquinas y de sus usos literarios, por orden de tamaño, de menor a mayor.
El teléfono inteligente
El teléfono inteligente ha sido claramente el último gran regalo de la tecnología a la alfabetización. El hecho de llevar uno hace desaparecer nuestro mayor temor: quedarnos atrapados en algún sitio sin nada que leer. La mayoría de lo que devoro en mi teléfono es prensa: periódicos de fuera y enlaces recogidos de Twitter y Facebook.
Y otra insólita elección: Diarios, de John Cheever, el libro de no ficción más subestimado del siglo XX. Las anotaciones de Cheever son de tamaño bocado, pero profundas. Son dolorosas, cuando no claramente sombrías; pondrán los acontecimientos desmoralizadores de la propia vida en su justo contexto y puede que incluso nos animen.
A menudo echo un vistazo a mi iPhone en los restaurantes, mientras espero para pedir o comer solo en la barra. Me gusta leer sobre comida antes de comer; aguza el apetito y puede hacer que se nos haga la boca agua. Dos de mis favoritos son memorias: The raw and the cooked [Lo crudo y lo cocinado], de Jim Harrison, mi referencia en escritores de comida, y Blood, bones & butter [Sangre, huesos y mantequilla], de Gabrielle Hamilton. Si ojean las memorias de Hamilton, encontrarán este perspicaz consejo: “Tengan cuidado con aquello en lo que llegan a ser buenos porque estarán haciéndolo el resto de sus vidas”.
Lleve un libro en audio en su iPhone. Periódicamente, saco al más grande de los perros de mi familia a dar largos paseos, y sujeto el iPhone al bolsillo de mi camisa, con su diminuto altavoz mirando hacia arriba. Así he escuchado Herzog, de Saul Bellow. El método del bolsillo de la camisa es mejor que usar auriculares, que impiden escuchar el mundo natural.
El libro electrónico
Los lectores electrónicos como el Kindle de Amazon me asombran por ser los más íntimos, y por tanto los más sexy, de estos dispositivos. En la mayoría, el texto no está retroiluminado, y el exceso de esfuerzo siempre quita las ganas. Uno se siente menos inclinado a engañarlos (es decir, a leer el correo electrónico o navegar por Internet). En la lectura, como en el amor, la fidelidad importa.
Como los libros electrónicos no tienen cubiertas, puede que a los adolescentes les resulte más fácil leer libros que algunos padres antes confiscaban.
Soy un admirador de Jonathan Franzen, el talentoso novelista que ha expresado sin pelos en la lengua el desagrado que le producen los libros electrónicos. Pero yo diría que leer sus novelas en un Kindle, un dispositivo que él detesta, podría considerarse una forma literaria de sexo por odio.
El iPad
El iPad, para mí, es hasta ahora el lugar donde almacenar esa clase de grandes libros de no ficción que probablemente voy a hojear con atención más que leer, como la biografía de Steve Jobs escrita por Walter Isaacson.
También me gusta el hecho de que estos libros de no ficción ofrezcan notas a pie de página electrónicas que le llevan a uno directamente a una fuente.
Esas fuentes son a veces mucho mejores que el libro que tenemos entre las manos. Y a menudo hay cosas mas inusuales en las que hacer clic. La aplicación para iPad de la novela de Jack Kerouac En el camino, por ejemplo, es un compendio de mapas, cronologías y otras cosas, además del texto.
Los libros de arte —muchos de los cuales están disponibles gratuitamente— también son perfectos para el iPad. La claridad es impresionante, como un chute de alguna droga visual.
He probado la poesía en cada una de estas plataformas: Larkin, Dickinson, Philip Levine, Amy Clampitt... No funciona, al menos no para mí. No hay suficiente espacio en blanco, ni silencio.
El iPad no sirve para leer libros electrónicos en el metro. No se puede lanzar hasta el otro extremo de la habitación y tirárselo al gato, como a Mark Twain le gustaba hacer. Y los libros electrónicos, en general, no sirven para decorar una habitación.
En 1991, Anna Quindlen escribía en The Times: “Estaría muy contenta si mis hijos llegasen a ser la clase de personas que piensa que decorar consiste principalmente en construir las estanterías suficientes”.
Estoy completamente de acuerdo con eso. Pero tener la cabeza bien amueblada es lo que realmente importa.
Un excelente psicomotricista -el mejor desde nuestro punto de vista- nacido en 1934 en un pueblo situado cerca de TOURS, capital de la Touraine, jardín de Francia. Sus padres eran profesores y fue el pequeño de una familia de cuatro hermanos.
Sus estudios de educación física le decepcionaron porque eran demasiado mecanicistas y demasiado físicos. Solo le apasionó la pedagogía del movimiento y descubrió entonces que enseñar le llenaba. En 1959, era profesor de Educación Física y Deportiva.
Ha sido galardonado por la Academie Nacionale de Medicine.
Aunque suene extraño, hay leyes, o textos normativos, que pueden ser una joya. Ese es el hecho que hoy se trata.
Y sucedió que, desde el otro lado de la piel de toro, justo al borde de un Atlántico ensortijado de surfistas y a punto de finalizar el mes de agosto de 2008 alguien nos hizo saber vía e-mail que la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía (España) acababa de hacer pública la Orden de 5 de agosto que desarrolla el Currículo correspondiente a la Educación Infantil.
Un libro muy recomendable del mismo autor
Eran días alegres los de aquel verano, placenteras mañanas de playa, relax absoluto y risas. Tardes de amigos, de puestas de sol, cenas al fresquito, paseos interminables y chapuzones, pero esta noticia cabía en medio de tanto asueto por lo esperada, y no vino sino a alegrar un poco más -si cabe- ese tiempo de descanso en el pueblito de veraneo que nos recibe cada año.
Y es que, aunque suene extraño, puede suceder que la lectura de un texto profesional de estas características sea capaz de dibujar una sonrisa de absoluta satisfacción al fin de una larga espera. Recibir esa noticia supuso recibir también la confirmación de que la ciencia y la práctica docente se hermanaban un poco más.
No es lo más corriente leerse ordenes o leyes en verano, somos conscientes, y mucho menos disfrutar con su lectura, pero ocurre que, cuando se han leído ya algunas, estos textos, los textos prescriptivos, acaban resultando familiares, su redacción es como una cosa de casa, y ocurre sobre todo que, si se encuentra una joya normativa como la que hoy traemos aquí -que las hay-, se aprecia su valor, se siente un inmediato reconocimiento, una sensación similar a la que inspira una obra bien hecha, un puente bien construído, un mueble singular, un cuadro magnífico o cosas así, reconocimiento que alcanza tanto a quienes redactaron esta Órden de 5 de agosto como al equipo investigador que la avala.
Janosch
Las leyes se leen lo justo, y lo hacen –o lo hacemos- aquellas personas que no tienen o no tenemos más remedio. Porque, no es menos cierto, que la redacción que solemos encontrar en este tipo de escritos suele ser poco atractiva, de lenguaje arduo y reiterativo a fuerza de perseguir ser inequívoco y evitar interpretaciones erróneas.
Pero no son iguales todas las leyes, como no toda la información profesional que se elabora con técnica impecable tiene espíritu, y esta orden lo tiene, tiene alma.
Hay trabajos de investigación, periodísticos, normativos, informes de funcionamiento, etcétera, que parten de un planteamiento valiente, científico y humano al mismo tiempo, y queestán perfectamente contextualizados con la época en la que se publican, que aportan nuevas ideas al desarrollo social, y en los que se adivina una labor previa de análisis bibliográfico exhaustivo junto a un posicionamiento teórico y ético muy claro y solvente. Y ocurre que, a veces, este tipo de trabajos técnicos alcanza el rango de norma de obligado cumplimiento y es entonces cuando la teoría se convierte en conocimiento aplicado, vivo, y a la práctica docente se le da un empujón nada desdeñable.
Janoch
Se tenga o no se tenga hijos en Educación Infantil, se sea o no profesor o profesora de esta etapa, se esté o no preparando oposiciones de Magisterio, lo cierto es que esta orden, la Orden de 5 de agosto que desarrolla el Currículo correspondiente a la Educación Infantil, afecta a un importante número de personas, de niños y niñas, de familias, a un considerable porcentaje del profesorado, y supone, sobre todo, una apuesta importante por vincular la enseñanza en las primeras edades con la Sociedad de la Información y la Comunicación y con la cultura en la que los andaluces vivimos ya inmersos.
Janosch
Ya avisaba el señor Marchesi allá por los años noventa –y como él muchos otros estudiosos de la educación-, de la peligrosidad que entraña el hecho de elaborar leyes o normas educativas inmovilistas, involucionistas o incoherentes con la sociedad a la que se destinan. En cambio, lo rentable, ecológico y sin duda inteligente, es salir al encuentro del ciudadano así, como esta norma lo hace, avanzando con base científica, sin prisa pero sin pausa, y analizando los intereses y necesidades reales de una población multicultural, diversa, que se transforma día a día, para conocerla, para oírla, y así adecuar las actuaciones institucionales tanto a esas voces como a los recursos con los que hoy cuenta la Escuela.
Mañana quizás el entorno sea diferente, la realidad varíe, o cambie la sociedad y se deba actuar de otra manera pero hoy, afortunadamente, podemos felicitarnos de contar con normas de tan alto nivel y tan bien hechas.
Conferencia en el I Congreso Nacional sobre Federico García Lorca y Miguel Hernández. Paz Isla. Fuentevaqueros (Granada). 2010.
Miguel Hernández en el Colegio
¿Puede un niño de tres años sentir la poesía? ¿Y escribirla? ¿Crearla? ¿Es necesario siquiera que la conozca?.
Hay pocas cosas más abstractas que un buen poema y, aunque siempre se ha creído que la capacidad de abstracción era exclusiva del adulto, intuiyivamente sabemos -porque es algo fácil, muy fácil de apreciar- que los niños son competentes desde su más tierna infancia para construir o elaborar pensamientos poéticos, situaciones poéticas porque, en los niños, la poesía esa algo natural, que se vive más que se escucha.
La poesía se escucha, se escribe, se lee, se dice, y a pesar de sus previsibles lagunas de vocabulario, la poesía y su musicalidad no son para los niños algo remoto sino un tipo de texto que les agrada, cercano, interesante, (según y cómo, claro), seductor,...
¿Nieve?, no!!, el almendro que veo por la ventana mientras trabajo
Esta forma de expresión –cuando es poesía- se acerca más que muchos otros tipos de texto al enorme elenco de sensaciones con las que se encuentran inesperadamente cada día una niña, un niño. Y precisamente la palabra elenco, como muchas otras palabras del lenguaje culto, no suele formar parte de su vocabulario habitual, de su lenguaje funcional, no suele estar en el habla de los más pequeños.
Repertorio, catálogo, elenco ¡qué más da!, si en un texto poético un niño se tropieza con una palabra cuyo significado desconoce, lo buscará, antes o después lo buscará, al menos estará sobre aviso de su existencia. Y si no lo hiciera, de todas formas la palabra en cuestión, sea la que fuere, vendrá vestida para él, o por él, quizás de manera imprevisible, adornada por un sentido peculiar, pero vendrá con formas, y con contenido, compuesta con retazos de toda esa experiencia infantil que otorga significados mágicos a cualquier cosa, incluso a la piedra más corriente y más pequeña, incluso a las palabras.
No reduzcamos esa sonora palabra elenco -pronunciala en voz alta y verás-, por ejemplo, a una mediocre lista (su sinónimo), y dejemos que el elenco sea el elenco, que transite incluso en un aula de niños de cuatro años, de tres, de dos, de uno…
Desde la cuna hablemos y leamos para ellos sin esconder las preciosas palabras que aún no han descubierto. Su musicalidad, o la musicalidad que pone quien las dice, el contexto, la luz de ese día entrando por la ventana, el sabor aún fresco en la boca de la manzana del almuerzo, o una hormiga que anda por el piso… irán aportando sensaciones y compondrán -con el que escucha-, esta palabra. Igual que se compone a una novia, o se viste un salón para una fiesta, elenco o amor, o lagarto o chinelas serán palabras que ellos vestirán de colores en su imaginación dándoles significados personales. Una nueva palabra es siempre materia nueva para pensar, una pista más acerca del enorme mundo de sensaciones que encierran la escritura y la lectura, y estas u otras palabras empezarán a tomar forma poco a poco como va modelándose en las manos del platero el más elegante cortaplumas, o un sonajero, verso a verso, poema a poema.
Miguel Hernández y su familia
Nadie sabecómo la poesía puede transformar la vida de una persona, de hecho, un ejemplo de esta suerte de transformación fue la vida de Miguel Hernández.
Tras mucho bregar y después de mucho insistir en su casa acerca de su destino, cuando las cabras y los libros le dejaban, Miguel se reunía en la tahona del padre de Carlos Fenoll con los amigos ¡quien hubiera probado el pan o las tortas de naranja de aquella lumbre alicantina! ¡Quién hubiera prestado oídos a sus chascarrillos, a sus proyectos, a sus inquietudes!, porque entre pastorear y leer, y luchar, y después viajar, y huir, y sufrir encarcelado, Miguel Hernández pasó su vida. O mejor, de esta manera pasó esa parte de su vida –porque un poeta nunca muere del todo- en la que sembró de espuma tantos versos, y de pasión, y de espanto, de claroscuro, de ternura, de silencio…, versos que nos andan por la cabeza como revoltea la mariposilla de la luz, versos que van y vienen, trasegando ideas y despuntando sensaciones que aprendimos a compartir con él, y que, en la memoria a la que envuelven, son versos que se regeneran. De una vida como esta, de lo que en su corta e intensa vida escribiera D. Miguel Hernández ¿Cómo no ha de percibir un niño la parte tierna que dejó el poeta para esta tierra?
Sin que sea fácil de creer, es posible ver cómo intenta escribir poesía un niño de tres, de cuatro, incluso de dos años, que ha escuchado poesía, que ha aprendido a recitar sencillas rimas, o frágiles versos aunque cambie unas y otros de lugar y de entonación a su antojo.
Probablemente no utilice aún las letras tal y como el adulto las concibe, y probablemente escriba con renglones torcidos, como dios, pero es posible verlo escribir ya a esas edades si se mira con las gafas de ver, y es posible y muchas veces sucede, que lo que escribe sea eso: poesía, garabatos suspendidos en forma de cascada, horizontales viboritas paralelas, ensortijadas, fluctuantes, que al pedirle que lea: ¿qué has escrito, dime?... se convierten de repente en untexto poético, en un extraño haiku, o en una redondilla natural que brota de lo que pudiera ser la nada, pero una nada con una cadencia personal, un esbozo infinito, una obra completa, otras veces… una tímida rima sonora, sin letras aparentes ¡eso sí!, escritura en rama, directa de la semilla, pero poesía al fin y al cabo…., porque la escritura es de quien la pensó, de quien la siente, de quien la vio y de quien pudo aprender –porque alguien le enseñó- que existe ese algo poético que habla en un lenguaje libre y que, en muchas ocasiones, tiene una estructura vertical, como de cascada, algo que se escribe a fuerza de versos, que se siente al leer….
Más tarde llegarán las letras, porque para hacer poesía, incluso para escribirla, las letras no siempre han de ser lo primero.
El conocimiento acerca de cómo se combinan las letras irá llegando, e irá llegando el elegante abecedario, no cabe duda. En cambio, que llegue a aterrizar en cada casa o en la vida de cada niño la poesía, eso es otra cosa.
Para que el pensamiento poético -con o sin rima, pero poético- forme parte del mundo de alguien, antes ha sido necesario que hasta ese alguien llegue, como mínimo, un enamorado lector, y si llegara hasta él un poeta: mejor que mejor.
Es absolutamente necesario permitir a los niños que toquen la poesía, que la escuchen, que la dramaticen, que la vivan, que jueguen con ella, que la chupen y la pinten, que la elijan y la dejen, que la traigan, que la lleven, que la digan, que la escriban, sobre todo que la escriban y la piensen…
Fundación Rodríguez Acosta. Programa de pintura y poesía para niños/as de Primaria
La poesía se puede aprender, y aunque es necesaria una vida como poco para saber algo acerca de ella, en estas edades -a cualquier edad pero muy especialmente en las primeras edades-, es importante tener la oportunidad de palpar esa burbuja invisible que rodea a un adulto leyendo ensimismado, sentir la fuerza que transmite un maestro o un padre, o una abuela que recita, o que canta con el cuerpo y el alma vertidos en las palabras, porque nada es tan sugerente para los niños como desentrañar los secretos de aquello que ven amar y disfrutar a quienes les guian.
No obstante, es posible que en las escuelas de hoy se recite o se cante o se lea menos poesía de lo que se debiera y, a pesar de que Miguel Hernández no escribió precisamente para niños, ¿como puede dejar de entusiasmarles, de seducirles, de intrigarles o como puede no inquietar en un aula de primaria lo que Hernández nos hace llegar en estos versos?:
CADA VEZ QUE PASO
Cada vez que paso
bajo tu ventana,
me azota el aroma
que aún flota en tu casa.
Cada vez que paso
junto al cementerio
me arrastra la fuerza
que aún sopla en tus huesos.
EL SILBO DE AFIRMACIÓN EN LA ALDEA
Alto soy de mirar a las palmeras,
rudo de convivir con las montañas...
Yo me vi bajo y blando en las aceras
de una ciudad espléndida de arañas.
Difíciles barrancos de escaleras,
calladas cataratas de ascensores,
¡qué impresión de vacío!,
ocupaban el puesto de mis flores,
los aires de mis aires y mi río.
……………………………..
Federico García Lorca, en cambio, mantuvo su infancia tan vívida que a lo largo de su obra asoma con mucha frecuencia cierta predisposición al juego, al disfrute sensual de lo más noble y a la caricia, al gesto dulce. Los animales, las cosas más cotidianas, lo festivo y una forma de arte dramático muy acorde con la infancia, dan a algunas de sus composiciones poéticas la dimensión necesaria para ser considerado el niño como su principal público potencial, o quizás lo que asome sea la presencia de ese niño constante que él mismo y muchos de nosotros llevamos dentro.
Las voces de dos niñas
venían. Sin esfuerzo,
de la luna del agua,
me fui a la del cielo.
2
Un brazo de la noche
entra por mi ventana.
Un gran brazo moreno
con pulseras de agua.
Sobre un cristal azul
jugaba al río mi alma.
Los instantes heridos
por el reloj... pasaban.
Es probable que un niño que escucha, no un niño cualquiera sino uno que escucha, reciba de esos versos tanto o más que pudiera recibir un adulto, envueltos ambos en ese olor a limón que inunda la estancia y en ese viento suave que se convierte en flor de gasa ¡nada menos que en flor de gasa!
Porque la poesía no tiene edad, y esa capacidad de abstracción, o de hipótesis a la que aludíamos en un principio, impulsadas por el siempre mágico efecto del lenguaje poético, hablado o escrito, permite conectar directamente al niño con la esencia del lenguaje sin que sea imprescindible en este punto el concurso de la razón.
No es para los niños, por tanto, algo remoto la poesía, porque la poesía se inyecta directamente en las sensaciones y los niños, sobre todo los niños, son los máximos expertos en descubrir las mil y una maneras de disfrutar de ellas cada día.
Y no seamos reduccionistas con los textos poéticos para las niñas y niños pequeños. Delicados sí, selectivos, inteligentes, pero seamos audaces, ávidos buscadores de poesía y grandes lectores para nosotros mismos y para ellos.
Siempre de gran calidad literaria e intentando que los soportes (digitales o impresos) sean interesantes y bellos, cuidados, tratados con mimo, la poesía, como la música y el arte en general, son necesarios en la escuela de hoy y en nuestras casas para allanar el camino del ser humano.
Rindamos pues un permanente homenaje al arte, y en esta ocasión, a estos dos grandes exponentes de la generación del 27 y del 36 que supieron ver al niño como lector hipotético de sus más entrañables sentimientos: don Miguel Hernández con su triste destino y muy especialmente al poeta delmundo y de Fuente Vaqueros: Federico García Lorca.
En estos días acabo de terminar un proyecto para el Ministerio de Educación que intentaré presentaros pronto, y no hace ni una semana el proyecto de dirección a este centro, así que, si nada se cruza por medio, espero poder dedicar algo más de tiempo a bloggear, aunque ya se sabe, las tardes son muy cortas, por las noches hace sueño, y el aula necesita mucho tiempo de dedicación, pero se hará lo que se pueda.
La imágen que véis es obra de María Muñoz Cláres y abre la exposición Viaje al corazón de la lectura que hemos creado dentro del proyecto para el Ministerio de que os hablo.
En este preciso momento ¿Cuántas personas en el mundo estaremos escribiendo?, me pregunto yo, y seguro que somos muchos, sobre todo blogeras y blogeros. Y me pregunto también ¿Porqué o para qué se escribe un martes a las diez y media en vez de estar viendo la tele? Pues, la verdad, no lo sé, probablemente porque para gustos colores, como dice el dicho, y hay a quien le gusta escribir, o a lo mejor rasulta que lo hacemos para seguir aprendiendo, ¿quién sabe?.
Lo cierto es que, cuando se escribe al mismo tiempo para uno mismo y para los demás, parece que el esfuerzo por hacerse entender obliga a que imaginación y razón se encuentren, escribir nos obliga a ponernos en la piel del hipotético lector y a tender puentes, y ese ejercicio comunicativo es realmente estimulante.
No obstante, nosotros, los maestros y maestras, generalmente escribimos para aprender a enseñar mejor, para que la lógica infantil evolucione, para buscar la manera de que las bibliotecas se llenen, de que los textos, digitales o impresos, de historia, de matemáticas, de arte o de naturaleza puedan ser leídos por ‘todos’, por cualquier persona que lo desee y con un buen nivel de profundidad.
Aunque, a decir verdad, creo que muchos maestros y maestras también escriben para no ser meros usuarios de las redes de comunicación, para desarrollar una sólida y bienpensante capacidad crítica que añada razones a la esperanza, o para compartir lo poco o lo mucho que se sabe.
Por otra parte, escribir también enseña a pensar porque nos obliga a parar, a reflexionar y a continuar de nuevo, sopesando lo que se dice y siendo consecuentes con lo escrito. Y escribir nos obliga a estudiar lo que otros escribieron y a enriquecernos al albergar nuevas dudas o al concretar determinadas certezas,….
Mediante la escritura nuestros pensamientos se deifican que diría un romano, es decir, adquieren esa cualidad de “cosa” que tienen las cosas, los objetos, y que nos permite sopesarlos desde fuera, con distanciamiento. Porque las ideas, una vez escritas, son algo concreto, tangible, y se pueden tirar a la papelera haciendo una bola de papel, o mejorarlas a golpe de reflexión y de teclado.
Lo escrito permanece. Donde dije ‘digo’, ya no se puede decir ‘Diego’, y cuanto menos general y más arriesgada, o más personal es la escritura de un texto, mejor nos retrata y más fácil es encontrarse con el apoyo, la aportación, o la crítica del otro. Esto es lo que se llama comunicación, y la comunicación siempre es un reto.
La escritura expone tu pensamiento a la crítica propia y ajena, y -según sea esta- te reafirma o te ayuda a cambiar evolucionando.
Y al intentar escribir “con fundamento”, que diría Arguiñano, depuramos, organizamos y estructuramos cada idea susceptible de ser expresada, lo que – a su vez- estructura nuestro pensamiento, nuestra acción, y la hace más práctica, e incluso puede ayudarnos a ser más éticos. Porque, generalmente, donde hay reflexión, todo es más práctico y más ético.
Se empieza a escribir cuando se garabatea con la intención de expresar una idea, de representar un objeto mediante el lenguaje escrito, de fijar un pensamiento, de comunicar una información, etcétera.
Terminamos de aprender a escribir cuando… ¿quién es capaz de acabar esta frase? Lo que si podemos asegurar es que se empieza a escribir y a leer cuando se ve por primera vez una palabra escrita, y que aprender a escribir es un proceso tan ancho y tan largo, tan amplio, que probablemente precise de toda una vida.
En definitiva, a escribir se aprende escribiendo, como se aprende a pensar pensando, y a ser honesto ejerciendo la honestidad y analizando los propios errores. Y, por supuesto, a escribir, como a leer, se aprende leyendo lo que otros escriben o escribieron, con la mediación imprescindible de una maestra o de un maestro que, en cada época, aprovecharán los recursos de la sociedad a la que pertenecen.
Para votar este post conéctate con Facebook Connect
Tengo un hijo de 5 años que está a punto de cumplir 6, que sabe leer desde hace más de un año, siendo el primero de la clase en hacerlo. Mucha gente nos pregunta cómo lo hemos hecho, incluso la profesora cuando un buen día se acercó a nosotros y nos dijo “¡sabe leer!”. No supimos qué responder porque pensábamos que todos los niños de la clase leían más o menos como él, pero al decirnos esto nos dimos cuenta de que no, era el único y además ella estaba impresionada.
La respuesta es muy simple: mi hijo aprendió a leer porque quería aprender a leer. Se fijaba en las letras, observaba cómo leíamos, preguntaba por ellas y preguntaba “qué pone aquí” y cosas similares. Viendo su interés decidimos ayudarle a aprender y, entre hoy y mañana, os daré diez consejos para ayudar a vuestro hijo a aprender a leer, si es de los que os pide aprender.
Hubo gente que al verle leer con 4 años (estaba cerca de cumplir cinco) nos recriminó el haberle enseñado tan pronto porque hay quien dice que “es tan malo que aprendan tarde como que aprendan pronto”. La frase no está mal, porque no es bueno forzar a los niños a que aprendan a leer si no están motivados para ello, pero si los niños preguntan, si tienen curiosidad y te piden que les eches una mano, lo contraproducente es no respetar su curiosidad y no responder a sus inquietudes (a no ser que queramos que dejen de ser curiosos y que dejen de preguntar para aprender).
Con esto quiero decir que si mi segundo hijo, Aran, que tiene ahora 3 años cumplidos ayer mismo, no nos pregunta por las letras ni nos dice “qué pone aquí”, aprenderá a leer cuando le enseñen en clase y con los cuentos que leemos en casa, porque papá y mamá no van a forzar nada (aunque sí seguiremos algunos de los consejos que os ofrezco, porque son inherentes a nuestra forma de ver la lectura).
La importancia de saber leer
Saber leer es una de las cosas más agradables que existen, porque gracias a que sabemos leer entendemos la mayoría de nuestro entorno (hay letras, rótulos, frases, instrucciones y palabras por todas partes), porque así podemos leer libros y al hacerlo adquirir vocabulario y conocimientos, descubrir nuevos mundos, personajes e historias que podemos saborear poco a poco y cuya magnitud es mucho mayor que la de una película, que en menos de dos horas concluye.
Fijaos si es importante la lectura que en Finlandia, el país que mejores resultados académicos ha venido mostrando en los últimos años en el informe PISA, los niños no empiezan a leer hasta los 7 años. Dicho así suena un contrasentido, pues lo lógico parece ser que cuanto antes aprendan a leer mejor para los niños, pues antes descubrirán el placer de la lectura, sin embargo lo hacen por un motivo evidente: quieren que los niños aprendan a leer cuando de verdad quieran leer y no cuando los mayores queramos que lean, a riesgo de que lo hagan demasiado pronto, no estén motivados para ello, les parezca aburrido y acaben detestando las letras, las palabras y en definitiva el mágico mundo de la lectura.
Se ha observado que los niños que más tiempo dedican a la lectura son los niños que mejor comprensión lectora tienen y también los que acaban captando conceptos de manera más rápida, hecho que acaba por verse reflejado en los resultados académicos. Es decir, los niños que leen más son los niños que de media acaban sacando mejores notas.
Repito, mi intención con esta entrada no es hacer que los padres consigan que sus hijos lean con 3 años, ni con 4 ni con 5, sino ofrecer consejos y pautas para aquellos padres con hijos que les preguntan y tienen curiosidad por aprender a leer, viéndose ellos en la duda de qué hacer, pues lo enseñado en clase no satisface su curiosidad.
1. El mejor ejemplo está en casa
Está claro que el primer consejo tiene que ser este: el ejemplo. Nosotros los padres somos sus máximos referentes y las personas en que más se fijan. Si nosotros no cogemos un libro, si apenas tenemos en casa y si no nos ven leer es más difícil que ellos quieran leer, porque les sonará raro que insistamos en que lean cuando nosotros no lo hacemos. Es más, los niños muchas veces llegan a la conclusión de que si insistimos demasiado en algo es que muy divertido no es (nadie les insiste en que vean la televisión, por ejemplo).
2. Que tengan libros, claro
Siempre recordaré a la madre de una niña de casi dos años que me preguntó una vez si ya era buen momento para comprarle cuentos a su hija. Me quedé sorprendido, descolocado, desconcertado… “¿Dos años y aún no tiene cuentos ni libros? ¿Nadie se ha sentado con ella para leerle un cuento?”, pensé. Evidentemente le respondí que sí, que por supuesto era un buen momento para contarle cuentos y que, de hecho, era una de las mejores cosas que podía hacer para entretener, divertir, estimular e instruir a su hija.
Por eso los niños tienen que tener cuentos y libros tan pronto como se pueda. De pequeños sirven los de ropa, para el baño los hay impermeables, luego llegan los de páginas gruesas, con las letras, números y colores para ir luego siendo más completos, más extensos y con páginas menos gruesas.
No sé cómo lo haréis vosotros, pero en mi casa siempre que ha habido regalos, han caído cuentos y libros. Siempre. Insustituibles. Nunca han faltado libros.
3. Que los tengan en un lugar accesible
Que tengan no es indicativo de que los vayan a tocar. Conozco personas que apenas leen que tienen (diversos) libros en casa (sorprendentemente), probablemente como adorno o como elementos acumuladores de polvo. Los niños pueden tener también un montón de libros, pero si están guardados en una caja, o en una estantería elevada, no ganamos nada.
Deben estar accesibles, a su altura, en alguna estantería donde estén de pie (si están tumbados cogerán el primero y a lo sumo el segundo, pero no los de debajo) y los puedan ir cogiendo y dejando según vaya interesando.
4. Que elijan los libros que quieren
No todos los libros que tengan deben llegar a través de regalos, porque así serán todos elegidos por los demás (y los adultos normalmente leemos antes los que compramos nosotros que los que nos regalan y desconocemos).
De vez en cuando, sin motivo aparente (sin cumpleaños, sin que sea Navidad ni haya motivo para regalar), está bien acercarte con tu hijo a la librería y estar un rato con él. Los libros infantiles son coloridos, divertidos, dan ganas de mirarlos todos y estar ahí para ellos es como entrar en un pequeño parque de atracciones cultural. Miran libros, los abren, los dejan (nosotros siempre controlando para que los respeten, claro), y al final que elijan el que quieran.
Nosotros en casa tenemos un par de libros de Geronimo Stilton porque fuimos a ver la obra, conocen el personaje y los libros son chulísimos, pese a que son extensos y están destinados a niños de a partir de 7 años. Jon los eligió con 5 años recién cumplidos y de vez en cuando lee una parte, luego nosotros continuamos con otro párrafo, sin prisa, para saborearlo y para que él no se frustre viendo que va más despacio, y sigue él con un nuevo párrafo hasta que él decide que por hoy ha leído suficiente.
Evidentemente también tienen que tener libros adecuados a su edad (de hecho, prácticamente todos deben serlo), con menos texto, más cortos y dinámicos y que les permita acabar la historia en un día y no en varios.
5. Que conozcan el alfabeto
Lo ideal para empezar es que conozcan un poco el alfabeto, o sea, que reconozcan las letras. Que sepan qué letra es cada una, porque a partir de que las conocen pueden luego combinarlas fonéticamente al leer sílabas: “La B con la A no se dice BE-A, sino BA”. Para que las aprendan, debemos decirles qué letra es cada una y luego añadir el fonema (precisamente para favorecer que al leer “PAPA” no se queden diciendo “PE-A-PE-A”, sino “Pppp-A-Ppp-A”, que al ganar velocidad se convierte en “PA-PA”). Es decir, cuando aprendan la “B”, decir, “BE, Bbbbb”, cuando aprendan la “S” decir, “ESE, Ssssss”, cuando aprendan la “M” decir, “EME, Mmmmmm”.
Para que conozcan las letras sin que aprenderlas sea aburrido puede ir bien jugar directamente con letras físicas. Un buen recurso (un grandísimo recurso, diría yo) son las letras imantadas, para la nevera, por ejemplo, o para las pizarras que admiten imán. Con ellas pueden jugar a colocar las piezas e incluso puede ser interesante hacerles un “encajable” en una cartulina Din-A3 para que las coloquen ahí.
Esto no es más que coger una cartulina blanca y repasar letra por letra dibujando el contorno (si queréis en el mismo color que la letra), sujetándolo después a la pizarra con imanes (o como queramos) para que luego ellos vayan poniendo las letras en su lugar.
Si no queréis comprar letras de imán siempre podéis imprimir unas letras, recortarlas y jugar con ellas (pintándolas, poniéndoles pegamento, haciendo manualidades con ellas, etc.). En Bebebibobú, Andrea nos ofreció hace unos meses unos juegos de letras para imprimir, con fundas para guardarlas y todo (para que luego no digáis que no os lo pongo fácil).
Es recomendable, tanto si las imprimís en casa como si las compráis, que os hagáis con al menos dos juegos del abecedario completo, para poder hacer palabras con las letras.
Cuando ya conocen el alfabeto podemos jugar a crear palabras del mismo modo, dibujando la silueta “PAPA”, “MAMA”, “BOB”, “PATRICIO”, “DORA”, para que ellos coloquen las letras y vayan dándose cuenta de que están construyendo palabras.
Para votar este post conéctate con FacebookEn casa no se enseña a leer con un cuaderno, sentados en la mesa como si estuviéramos en clase (suena hasta aburrido sólo diciéndolo), sino con alternativas, con letras de imán, recortadas o hechas en el momento, sea como sea, pero como parte de un juego, creando palabras que conozcan para que no les parezca un agobio el asunto. De hecho, si se agobian, yo lo dejaría para más adelante.
6. Empecemos con las mayúsculas
Una de las grandes dudas a la hora de enseñar a leer a los niños es ésta: ¿Se empieza con mayúsculas o con minúsculas? La respuesta ya os la he dado, se empieza con mayúsculas. El motivo es simple, ya que es una cuestión de practicidad y facilidad: las letras mayúsculas son más rectas, tienen menos adornos, están separadas unas de otras y por ello son más fáciles de recordar. Como lo último que queremos es que el niño se canse aprendiendo lo más lógico es ponérselo lo más fácil posible y que vaya aumentando su nivel en base a sus ganas de seguir aprendiendo.
Una vez las distingue y una vez va leyendo algunas cosas ellos mismos irán integrando las minúsculas, porque en nuestro entorno hay muchas cosas por leer en letra de imprenta minúscula. Si no, también hay cuentos con minúsculas, por supuesto.
7. Comprad los cuentos de las películas que ven
A los niños les encantan ver las películas una y otra vez, así como leer los cuentos una y otra vez. Es su manera de aprender cosas, palabras, conceptos, y en cierto modo la manera de absorber conocimientos (gracias a la repetición). Cuando ven una película, por ejemplo en el cine, enseguida suelen pedir volver a verla, siendo un problema porque volver al cine a verla es un rollo para los padres, que ya conocemos la historia y un gasto que ya hemos hecho, para que luego, pasados unos días, aún vuelvan a pedirnos otra vez la misma película.
Una alternativa, una manera de ofrecer una repetición que sacie la sed de vivir de nuevo la experiencia puede ser comprar algún libro de la película. Hay para varias edades, y para los pequeños suele haber libros con la historia resumida, incluso con pegatinas o dibujos que se mezclan con las frases, que son perfectos para que les expliquemos el cuento y para que vayan viendo las letras y las palabras que cuentan la historia que tanto les ha gustado en el cine y que tanto les sigue gustando en papel.
8. Jugad a juegos de pistas
Este es el juego que más ha resultado con nuestro hijo Jon, porque empezamos a hacer estos juegos hace unos tres años, simplemente como divertimento y descubrimos que era una manera perfecta de que leyera y de que además escribiera, pues ahora es él el que nos deja pistas a nosotros.
El juego consiste en esconder una sorpresa en algún sitio (un juguetito, algo de comer, lo que queráis, que no tiene porque ser algo nuevo, pues lo divertido no es el fin, sino el medio) y hacer pistas para llegar a él. Si por ejemplo lo escondemos en el primer cajón de la mesita de noche de nuestro cuarto podemos hacer una serie de pistas, con post its, empezando en un lugar donde le digamos “¿Qué es esto? ¡Ah! Una pista para encontrar un tesoro”, mostrándole un post it pegado en cualquier sitio donde leamos (por ejemplo) “LOSYOGURES SE COMENCONUNA…”, y un dibujito de un mapa al lado, para hacerlo más divertido.
La respuesta, lógicamente, es cuchara, así que habrá en el cajón de las cucharas una nueva pista que nos lleve a otro lugar (por ejemplo: “ME GUSTARÍALLAMAR A LA ABUELA”, frase que nos llevará al teléfono, donde habrá otra pista), y así hasta que la última pista diga “EL PRIMERCAJÓN DE LA MESITA DE NOCHE”.
Se gastan unos cuantos post its, más los que gastará luego vuestro hijo cuando quiera haceros el juego a vosotros escribiendo, pero os lo pasáis bien con los acertijos, le hacéis pensar y lo que es mejor, acaban tratando de leer lo que pone en cada post it.
9. Poned los DVDs con subtítulos
Al llegar el DVD, con una capacidad de 4,3 Gb, la definición de las películas pudo aumentar porque la capacidad era muy alta, pudiendo llevar también audio en otros idiomas y subtítulos. Esto hizo que cada DVD se convirtiera en un estupendo elemento para aprender idiomas (yo suelo ver las películas en inglés subtituladas al español, para ir pillando algo) y una estupenda herramienta también para que los niños aprendan a leer.
La primera vez que ven una peli yo no pongo nada, que disfruten la película tranquilamente, pero cuando piden revisionarla sí añado subtítulos en castellano (no siempre, cuando me acuerdo) para que la vean y, si quieren, la lean. Mi hijo Aran de 3 años no hace ni caso, lógicamente, porque aún no sabe leer, pero Jon, de casi 6 años, sí las va leyendo.
10. Haceos con un karaoke
Como veis la idea es que los niños lean, pero casi sin que se den cuenta de que están leyendo, es decir, que lo hagan de manera natural mientras hacen otra cosa que les divierte. Tras los juegos de pistas y las películas con subtítulos otra manera estupenda de hacer que refuercen la lectura de manera divertida es mediante el uso del karaoke. Tanto el consejo anterior como éste están destinados para niños que ya van leyendo algunas cosas, más que para los que empiezan, básicamente porque en las películas y canciones el texto va pasando más o menos rápido.
Los karaokes, por definición, están hechos para leer. La mayoría de las personas, aunque conozcan la canción, van leyéndola para ver cuándo toca cada sílaba y los niños hacen lo mismo. Micrófono en mano van leyendo la letra mientras la van cantando. De nuevo, explicando nuestro caso, a Jon se le escapan algunas palabras, pero va cazando algunas frases de canciones cuya letra desconoce y las mete donde puede, pasándoselo bien mientras mamá le hace la voz femenina (de “Un mundo ideal” de Aladdin, por ejemplo).
Si no queréis comprar un karaoke siempre podéis buscar alguna de las soluciones que ofrecen las consolas de hoy en día, con juegos que vienen con micrófono (nosotros tenemos el Disney Sing it Family Hits en la Wii, por ejemplo ) o descargar por internet algún programa de karaoke y buscar canciones que les gusten.
No hay prisa, son niños
De nuevo, antes de acabar, recordar que no hay prisa ninguna. El ritmo lo tiene que marcar el niño, ya que le estamos enseñando porque quiere aprender. Como habréis visto en ningún momento he comentado nada de quince minutos diarios, ni de sentarse con el niño en la mesa a que lea una página por día. Tan sólo he ofrecido recursos para que los niños lean sin darse cuenta, mientras juegan. Por si sirve de ayuda o referencia, Jon conocía las letras con dos años y medio y empezó a leer con cuatro y medio, creo recordar. O sea, que tardó dos años en leer frases completas, que no es ni mucho tiempo ni poco tiempo, es simplemente el momento en que él quiso realmente saber leer.