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sábado, 28 de enero de 2012

LA POESÍA COMO SEMILLA


Conferencia en el I Congreso Nacional sobre Federico García Lorca y Miguel Hernández. 
Paz Isla. Fuentevaqueros (Granada). 2010.



     Miguel Hernández en el Colegio

¿Puede un niño de tres años sentir la poesía? ¿Y escribirla? ¿Crearla? ¿Es necesario siquiera que la conozca?.
Hay pocas cosas más abstractas que un buen poema y, aunque siempre se ha creído que la capacidad de abstracción era exclusiva del adulto, intuiyivamente sabemos -porque es algo fácil, muy fácil de apreciar- que los niños son competentes desde su más tierna infancia para construir o elaborar pensamientos poéticos, situaciones poéticas porque, en los niños, la poesía esa algo natural, que se vive más que se escucha.
La poesía se escucha, se escribe, se lee, se dice, y a pesar de sus previsibles lagunas de vocabulario, la poesía y su musicalidad no son para los niños algo remoto sino un tipo de texto que les agrada, cercano, interesante, (según y cómo, claro), seductor,...


  ¿Nieve?, no!!, el almendro que veo por la ventana mientras trabajo

Esta forma de expresión –cuando es poesía- se acerca más que muchos otros tipos de texto al enorme elenco de sensaciones con las que se encuentran inesperadamente cada día una niña, un niño. Y precisamente la palabra elenco, como muchas otras palabras del lenguaje culto, no suele formar parte de su vocabulario habitual, de su lenguaje funcional, no suele estar en el habla de los más pequeños.

Repertorio, catálogo, elenco ¡qué más da!, si en un texto poético un niño se tropieza con una palabra cuyo significado desconoce, lo buscará, antes o después lo buscará, al menos estará sobre aviso de su existencia. Y si no lo hiciera, de todas formas la palabra en cuestión, sea la que fuere, vendrá vestida para él, o por él, quizás de manera imprevisible, adornada por un sentido peculiar, pero vendrá con formas, y con contenido, compuesta con retazos de toda esa experiencia infantil que otorga significados mágicos a cualquier cosa, incluso a la piedra más corriente y más pequeña, incluso a las palabras.
No reduzcamos esa sonora palabra elenco -pronunciala en voz alta y verás-, por ejemplo, a una mediocre lista (su sinónimo), y dejemos que el elenco sea el elenco, que transite incluso en un aula de niños de cuatro años, de tres, de dos, de uno…
Desde la cuna hablemos y leamos para ellos sin esconder las preciosas palabras que aún no han descubierto. Su musicalidad, o la musicalidad que pone quien las dice, el contexto, la luz de ese día entrando por la ventana, el sabor aún fresco en la boca de la manzana del almuerzo, o una hormiga que anda por el piso… irán aportando sensaciones y compondrán -con el que escucha-, esta palabra. Igual que se compone a una novia, o se viste un salón para una fiesta, elenco o amor, o lagarto o chinelas serán palabras que ellos vestirán de colores en su imaginación dándoles significados personales. Una nueva palabra es siempre materia nueva para pensar, una pista más acerca del enorme mundo de sensaciones que encierran la escritura y la lectura, y estas u otras palabras empezarán a tomar forma poco a poco como va modelándose en las manos del platero el más elegante cortaplumas, o un sonajero, verso a verso, poema a poema.


                                          Miguel Hernández y su familia

Nadie sabe cómo la poesía puede transformar la vida de una persona, de hecho, un ejemplo de esta suerte de transformación fue la vida de Miguel Hernández.

Tras mucho bregar y después de mucho insistir en su casa acerca de su destino, cuando las cabras y los libros le dejaban, Miguel se reunía en la tahona del padre de Carlos Fenoll con los amigos ¡quien hubiera probado el pan o las tortas de naranja de aquella lumbre alicantina! ¡Quién hubiera prestado oídos a sus chascarrillos, a sus proyectos, a sus inquietudes!, porque entre pastorear y leer, y luchar, y después viajar, y huir, y sufrir encarcelado, Miguel Hernández pasó su vida. O mejor, de esta manera pasó esa parte de su vida –porque un poeta nunca muere del todo- en la que sembró de espuma tantos versos, y de pasión, y de espanto, de claroscuro, de ternura, de silencio…, versos que nos andan por la cabeza como revoltea la mariposilla de la luz, versos que van y vienen, trasegando ideas y despuntando sensaciones que aprendimos a compartir con él, y que, en la memoria a la que envuelven, son versos que se regeneran.
De una vida como esta, de lo que en su corta e intensa vida escribiera D. Miguel Hernández ¿Cómo no ha de percibir un niño la parte tierna que dejó el poeta para esta tierra?


Sin que sea fácil de creer, es posible ver cómo intenta escribir poesía un niño de tres, de cuatro, incluso de dos años, que ha escuchado poesía, que ha aprendido a recitar sencillas rimas, o frágiles versos aunque cambie unas y otros de lugar y de entonación a su antojo.
Probablemente no utilice aún las letras tal y como el adulto las concibe, y probablemente escriba con renglones torcidos, como dios, pero es posible verlo escribir ya a esas edades si se mira con las gafas de ver, y es posible y muchas veces sucede, que lo que escribe sea eso: poesía, garabatos suspendidos en forma de cascada, horizontales viboritas paralelas, ensortijadas, fluctuantes, que al pedirle que lea: ¿qué has escrito, dime?... se convierten de repente en un  texto poético, en un extraño haiku, o en una redondilla natural que brota de lo que pudiera ser la nada, pero una nada con una cadencia personal, un esbozo infinito, una obra completa, otras veces… una tímida rima sonora, sin letras aparentes ¡eso sí!, escritura en rama, directa de la semilla, pero poesía al fin y al cabo…., porque la escritura es de quien la pensó, de quien la siente, de quien la vio y de quien pudo aprender –porque alguien le enseñó- que existe ese algo poético que habla en un lenguaje libre y que, en muchas ocasiones, tiene una estructura vertical, como de cascada, algo que se escribe a fuerza de versos, que se siente al leer….
Más tarde llegarán las letras, porque para hacer poesía, incluso para escribirla, las letras no siempre han de ser lo primero.
El conocimiento acerca de cómo se combinan las letras irá llegando, e irá llegando el elegante abecedario, no cabe duda. En cambio, que llegue a aterrizar en cada casa o en la vida de cada niño la poesía, eso es otra cosa.

Para que el pensamiento poético -con o sin rima, pero poético- forme parte del mundo de alguien, antes ha sido necesario que hasta ese alguien llegue, como mínimo, un enamorado lector, y si llegara hasta él un poeta: mejor que mejor.
Es absolutamente necesario permitir a los niños que toquen la poesía, que la escuchen, que la dramaticen, que la vivan, que jueguen con ella, que la chupen y la pinten, que la elijan y la dejen, que la traigan, que la lleven, que la digan, que la escriban, sobre todo que la escriban y la piensen…


                                                   Fundación Rodríguez Acosta. Programa de pintura
                                                   y poesía para niños/as de Primaria

La poesía se puede aprender, y aunque es necesaria una vida como poco para saber algo acerca de ella, en estas edades -a cualquier edad pero muy especialmente en las primeras edades-, es importante tener la oportunidad de palpar esa burbuja invisible que rodea a un adulto leyendo ensimismado, sentir la fuerza que transmite un maestro o un padre, o una abuela que recita, o que canta con el cuerpo y el alma vertidos en las palabras, porque nada es tan sugerente para los niños como desentrañar los secretos de aquello que ven amar y disfrutar a quienes les guian.

No obstante, es posible que en las escuelas de hoy se recite o se cante o se lea menos poesía de lo que se debiera y, a pesar de que Miguel Hernández no escribió precisamente para niños, ¿como puede dejar de entusiasmarles, de seducirles, de intrigarles o como puede no inquietar en un aula de primaria lo que Hernández nos hace llegar en estos versos?:


CADA VEZ QUE PASO

Cada vez que paso
bajo tu ventana,
me azota el aroma
que aún flota en tu casa.
Cada vez que paso
junto al cementerio
me arrastra la fuerza
que aún sopla en tus huesos.


EL SILBO DE AFIRMACIÓN EN LA ALDEA

Alto soy de mirar a las palmeras,
rudo de convivir con las montañas...
Yo me vi bajo y blando en las aceras
de una ciudad espléndida de arañas.
Difíciles barrancos de escaleras,
calladas cataratas de ascensores,
¡qué impresión de vacío!,
ocupaban el puesto de mis flores,
los aires de mis aires y mi río.
……………………………..

Federico García Lorca, en cambio, mantuvo su infancia tan vívida que a lo largo de su obra asoma con mucha frecuencia cierta predisposición al juego, al disfrute sensual de lo más noble y a la caricia, al gesto dulce. Los animales, las cosas más cotidianas, lo festivo y una forma de arte dramático muy acorde con la infancia, dan a algunas de sus composiciones poéticas la dimensión necesaria para ser considerado el niño como su principal público potencial, o quizás lo que asome sea la presencia de ese niño constante que él mismo y muchos de nosotros llevamos dentro.

Su poema Mariposa, o Balada amarilla, o la Balada del caracol negro, Cancioncilla Sevillana, La guitarra, Paisaje, Romance sonámbulo,  o el maravilloso y dramático poema El lagarto está llorando, son solo algunos ejemplos y, aunque la poesía no tiene edad, si es cierto que en este caso los poemas de Federico parecen pensados para que los más pequeños se acerquen para siempre a la poesía, para siempre jamás.



NOCTURNOS DE LA VENTANA
A la memoria del poeta  José Ciria y Escalante
            1
Alta va la luna.
Bajo corre el viento.
(Mis largas miradas,
exploran el cielo.)
Luna sobre el agua.
Luna bajo el viento.
 (Mis cortas miradas,
exploran el suelo.)
 Las voces de dos niñas
venían. Sin esfuerzo,
de la luna del agua,
me fui a la del cielo.
            2
Un brazo de la noche
entra por mi ventana.
 Un gran brazo moreno
con pulseras de agua.
 Sobre un cristal azul
jugaba al río mi alma.
Los instantes heridos
por el reloj... pasaban.
Es probable que un niño que escucha, no un niño cualquiera sino uno que escucha, reciba de esos versos tanto o más que pudiera recibir un adulto, envueltos ambos en ese olor a limón que inunda la estancia y en ese viento suave que se convierte en flor de gasa ¡nada menos que en flor de gasa!

Porque la poesía no tiene edad, y esa capacidad de abstracción, o de hipótesis a la que aludíamos en un principio, impulsadas por el siempre mágico efecto del lenguaje poético, hablado o escrito, permite conectar directamente al niño con la esencia del lenguaje sin que sea imprescindible en este punto el concurso de la razón.

No es para los niños, por tanto, algo remoto la poesía, porque la poesía se inyecta directamente en las sensaciones y los niños, sobre todo los niños, son los máximos expertos en descubrir las mil y una maneras de disfrutar de ellas cada día.

Y no seamos reduccionistas con los textos poéticos para las niñas y niños pequeños. Delicados sí, selectivos, inteligentes, pero seamos audaces, ávidos buscadores de poesía y grandes lectores para nosotros mismos y para ellos.
Siempre de gran calidad literaria e intentando que los soportes (digitales o impresos) sean interesantes y bellos, cuidados, tratados con mimo, la poesía, como la música y el arte en general, son necesarios en la escuela de hoy y en nuestras casas para allanar el camino del ser humano.




Rindamos pues un permanente homenaje al arte, y en esta ocasión, a estos dos grandes exponentes de la generación del 27 y del 36 que supieron ver al niño como lector hipotético de sus más entrañables sentimientos: don Miguel Hernández con su triste destino y muy especialmente al poeta del  mundo y de Fuente Vaqueros: Federico García Lorca.

 Paz Isla. Mayo de 2010

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