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domingo, 22 de enero de 2012

¿PORQUÉ ES TAN IMPORTANTE APRENDER A LEER Y A ESCRIBIR?



Paz Isla. CEIP Francisco Ayala. 2012.
En este preciso momento ¿Cuántas personas en el mundo estaremos escribiendo?, me pregunto yo, y seguro que somos muchos, sobre todo blogeras y blogeros. Y me pregunto también ¿Porqué o para qué se escribe un martes a las diez y media en vez de estar viendo la tele? Pues, la verdad, no lo sé, probablemente porque para gustos colores, como dice el dicho, y hay a quien le gusta escribir, o a lo mejor rasulta que lo hacemos para seguir aprendiendo, ¿quién sabe?.

Lo cierto es que, cuando se escribe al mismo tiempo para uno mismo y para los demás, parece que el esfuerzo por hacerse entender obliga a que imaginación y razón se encuentren, escribir nos obliga a ponernos en la piel del hipotético lector y a tender puentes, y ese ejercicio comunicativo es realmente estimulante.

No obstante, nosotros, los maestros y maestras, generalmente escribimos para aprender a enseñar mejor, para que la lógica infantil evolucione, para buscar la manera de que las bibliotecas se llenen, de que los textos, digitales o impresos, de historia, de matemáticas, de arte o de naturaleza puedan ser leídos por ‘todos’, por cualquier persona que lo desee y con un buen nivel de profundidad.

Aunque, a decir verdad, creo que muchos maestros y maestras también escriben para no ser meros usuarios de las redes de comunicación, para desarrollar una sólida y bienpensante capacidad crítica que añada razones a la esperanza, o para compartir lo poco o lo mucho que se sabe.

Por otra parte, escribir también enseña a pensar porque nos obliga a parar, a reflexionar y a continuar de nuevo, sopesando lo que se dice y siendo consecuentes con lo escrito. Y escribir nos obliga a estudiar lo que otros escribieron y a enriquecernos al albergar nuevas dudas o al concretar determinadas certezas,….

Mediante la escritura nuestros pensamientos se deifican que diría un romano, es decir, adquieren esa cualidad de “cosa” que tienen las cosas, los objetos, y que nos permite sopesarlos desde fuera, con distanciamiento. Porque las ideas, una vez escritas, son algo concreto, tangible, y se pueden tirar a la papelera haciendo una bola de papel, o mejorarlas a golpe de reflexión y de teclado.

Lo escrito permanece. Donde dije ‘digo’, ya no se puede decir ‘Diego’, y cuanto menos general y más arriesgada, o más personal es la escritura de un texto, mejor nos retrata y más fácil es encontrarse con el apoyo, la aportación, o la crítica del otro. Esto es lo que se llama comunicación, y la comunicación siempre es un reto.

La escritura expone tu pensamiento a la crítica propia y ajena, y -según sea esta- te reafirma o te ayuda a cambiar evolucionando.

Y al intentar escribir “con fundamento”, que diría Arguiñano, depuramos, organizamos y estructuramos cada idea susceptible de ser expresada, lo que – a su vez- estructura nuestro pensamiento, nuestra acción, y la hace más práctica, e incluso puede ayudarnos a ser más éticos. Porque, generalmente, donde hay reflexión, todo es más práctico y más ético.

Se empieza a escribir cuando se garabatea con la intención de expresar una idea, de representar un objeto mediante el lenguaje escrito, de fijar un pensamiento, de comunicar una información, etcétera.

Terminamos de aprender a escribir cuando… ¿quién es capaz de acabar esta frase? Lo que si podemos asegurar es que se empieza a escribir y a leer cuando se ve por primera vez una palabra escrita, y que aprender a escribir es un proceso tan ancho y tan largo, tan amplio, que probablemente precise de toda una vida.

En definitiva, a escribir se aprende escribiendo, como se aprende a pensar pensando, y a ser honesto ejerciendo la honestidad y analizando los propios errores. Y, por supuesto, a escribir, como a leer, se aprende leyendo lo que otros escriben o escribieron, con la mediación imprescindible de una maestra o de un maestro que, en cada época, aprovecharán los recursos de la sociedad a la que pertenecen.

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